Friday, June 25, 2010

Las relaciones con los vecinos

Las relaciones diplomáticas con los países limítrofes son las más importantes y difíciles de un Estado porque siempre los tendrá al lado y nunca podrá desprenderse de su vecindad terrestre o marítima. Aún más, compartirá con ellos un destino común.

En el plano individual, una persona ante un vecino incómodo cambia de residencia, pero un país no puede trasladarse a otro lugar del planeta para librarse de los suyos. Los países limítrofes buscarán siempre los mismos intereses derivados de la proximidad territorial.

Bajo esta consideración, ningún Estado debe vivir en diferencias permanentes con los Estados fronterizos y menos llegar a enfrentamientos que hagan imposible la convivencia. Antes bien, deben mantenerse en armonía y en plan de cooperación mutua porque, en más de las veces, pertenecen a una misma región geopolítica con intereses comunes y pueden estar en la mira de potencias interesadas en su posición geográfica o en sus recursos naturales. Esta amistad es indispensable en el desarrollo del concepto de región geopolítica que es la base de la formación de potencias reales.

El principio de No Intervención, que hace parte de nuestra doctrina política internacional, nos obliga a no tomar partido en los problemas internos de nuestros vecinos y a exigir de ellos reciprocidad. Esta imparcialidad fomenta la buenas relaciones siguiendo la sentencia que nos enseña que, en la amistad, "mientras más lejos más cerca".

Por lo general, se dice que las relaciones diplomáticas o de gobierno son buenas cuando los dos países comparten una misma ideología política o cuando sus clases dirigentes tienen identidad en la visión del poder. Pero es definitivo saber si los habitantes de las naciones vecinas piensan lo mismo de nosotros. Ese conocimiento sí es crucial en nuestra recíproca amistad, que se basa principalmente en la interpretación de nuestras relaciones pasadas y en la manera como esa interpretación se haga llegar a todos los ciudadanos, especialmente a los niños, porque los hechos anteriores en que nuestros pueblos han participado mancomunadamente deben analizarse con la debida proyección histórica para facilitar la integración en una gran región geopolítica.

Somos dados a fomentar nuestro nacionalismo con el engrandecimiento de nuestros personajes notables elogiando desmedidamente sus cualidades y minimizando sus defectos, sobre todo, tratándose de la historia de la Guerra Magna y de la República de Colombia, llamada comúnmente ‘Gran Colombia’ para diferenciarla de la actual. Debemos tener en cuenta que las enemistades entre hermanos son más profundas que entre amigos o simples conocidos, por lo mismo que son más estrechas las relaciones de consanguinidad, y su rompimiento más doloroso por el mismo motivo. Por lo tanto, un Estado debe tener mucho tiento en este sentido.

Es cierto que toda nación debe enorgullecerse de los hechos positivos que han marcado su historia y de los personajes que los hicieron posibles, pero debe tener sindéresis en su exaltación para no caer en extremismos que la conduzcan a un chovinismo perjudicial en sus relaciones de Estado a Estado; sobre todo, en la amistad con los pueblos fronterizos, por tener con ellos, como en nuestro caso, identidad racial y cultural.

El apasionamiento político debe evitarse en el análisis histórico de nuestras relaciones internacionales para que la amistad de nuestras patrias se proyecte sin sombras en el porvenir. No de otra manera podrán nuestros descendientes hermanarse con nuestros vecinos para enfrentar con ellos los retos de la globalización que amenaza nuestra identidad colombiana, tan bien representada en los colores idénticos de nuestras banderas.

La historia común debe analizarse sin apasionamiento ya que los acontecimientos sucedidos no deben interrumpir nuestra tradicional hermandad ni ser motivo de enemistad permanente con nuestros vecinos. Nuestras relaciones no deben regirse por odios heredados. Sólo así seremos una sola nación.

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