El Campeonato Mundial de Fútbol de la FIFA 2014,
que se realizó en Brasil y cuya fase eliminatoria copó bastantes fechas, hizo
aflorar en los treinta y dos países participantes, cuyas federaciones están
afiliadas a la poderosa multinacional de espectáculos de ese deporte, el
interés porque su Selección Nacional disputara el partido final.
Qué no hicieron los Gobiernos y las respectivas
federaciones de este deporte para prepararse convenientemente y salir airosos
en la competencia que les permitiría figurar en la elite del fútbol mundial. Y qué no decir de
Brasil, país designado para organizar el certamen, encargo que recibió como un
preciado galardón así tuviera que
“empeñar hasta la camisa” para agradar a la FIFA.
Antes
que ayudar a la Globalización, como la entendemos modernamente, el campeonato
fue una manifestación de Nacionalismo a nivel mundial. Aunque el fútbol es un
deporte global que se juega en 209 países, incluyendo algunos que lo han
aprendido a jugar cuando no tenían ni idea en qué consistía y otros, como
Estados Unidos, en el que otros deportes acaparan el delirante entusiasmo del
público, el campeonato despertó un creciente nacionalismo manifestado en los
uniformes con los colores patrios, en las banderas nacionales ondeando no sólo
en los estadios el día de las competencias sino portadas con entusiasmo en
manos de los hinchas de los equipos, en los himnos patrios cantados con fervor
al inicio de los partidos, en fin, en el fanático acompañamiento de las barras
que celebraban los triunfos o que se entristecían hasta el llanto por la
derrota de su Selección Nacional.
Los humanos tenemos en el fondo de nuestro ser
el espíritu de competencia que, desbordado, nos lleva a la guerra cuando no se
satisfacen nuestras apetencias y que en la paz se manifiesta, a veces, deportivamente
con reglas claras y experimentados jueces, apoyados en algunos casos con moderna
tecnología para evitar la violencia en las justas deportivas.
El campeonato de la FIFA, como los Juegos
Olímpicos, no hizo sino exacerbar el nacionalismo de sus participantes pues
cada país busca con sus triunfos deportivos demostrar su adelanto nacional, y
las potencias la bondad de su sistema político.
La participación de la Selección de Colombia
fue muy honrosa, a pesar de que aspirar a jugar la Final y lograr el título de
campeones no cabía en los cálculos de los entendidos pues es indispensable
adquirir experiencia que no se logra sino con muchas participaciones en diversos
campeonatos.
Sin embargo, antes de los triunfos obtenidos
por esta Selección, nuestros aficionados a este deporte sentían como propios
los éxitos futbolísticos de Brasil y se sentían campeones mundiales cada vez
que ellos alcanzaban el preciado galardón. No hay que pasar por alto que Brasil
usa sus triunfos en este deporte, en el que es indiscutible potencia mundial,
como importante elemento de su política exterior. Por ello, la desilusión que
sintieron los colombianos ante la conducta del equipo brasileño con su
selección en el partido de Cuartos de Final, es favorable geopolíticamente
porque refuerza el nacionalismo colombiano y disminuye la simpatía ante la
potencia suramericana, cuya expansión territorial en el subcontinente a costa
de sus vecinos nos ha afectado negativamente.
El Campeonato Mundial de Fútbol nos permitió ver
que la Globalización no se desarrolla sino en el aspecto comercial donde el
incremento de los medios de comunicación y de transporte intensifica las
transacciones de bienes y servicios entre los pueblos, sobre todo con las
potencias altamente industrializadas que necesitan venderles sus productos a
los pueblos en desarrollo para expandir así su comercio.
En el fondo, el sentimiento nacionalista continúa
latiendo en el corazón de todos los pueblos del mundo, como se vió en Brasil
durante el campeonato de fútbol, contraponiéndose a lo que aparentement se ve como el triunfo de la Globalización.