Thursday, June 2, 2011

La necesidad de una buena clase dirigente

Todo conglomerado humano, bajo cualquier sistema político, debe tener una clase dirigente. Además, es obligación del Estado propender por su preparación y por su ampliación, e involucrar en sus posiciones directivas, poco a poco y de acuerdo con las necesidades, elementos nuevos y capaces.

La clase dirigente, alejada de todo egoísmo, debe robustecerse permitiendo sin distingos el ingreso a su círculo de los mejores miembros de la nación, sobretodo a la empresa privada, ámbito en que tiene decisivo dominio o influencia en los países democráticos. Es la única manera de remozarse y de asegurar su vigencia y su continuidad en la función directiva.

Los ciudadanos en general deben estar enterados de la orientación de la nación y conocer ampliamente cuál debe ser el rumbo del país para no aceptar propuestas que contradigan las tendencias y los objetivos geopolíticos y lo perjudiquen en el avance hacia su destino histórico; pero, tampoco deben oponerse por ignorancia a las medidas favorables que permitan la obtención de dichas metas.

La clase dirigente de un país tiene la gran responsabilidad de conocer y de encauzar las tendencias geopolíticas de la nación y la obligación de propender por la felicidad del pueblo, basada en su progreso espiritual, intelectual y físico, sin confundir el interés nacional con los intereses de su clase.

Su preeminencia no es gratuita; se la debe a la nación y debe corresponderle con eficiencia y con honestidad en su posición directiva, porque, sobre todo en los sistemas democráticos, ningún conglomerado humano o su territorio pertenece a una sola clase social. No preocuparse por el bienestar y por el progreso de su pueblo genera descontento, revoluciones y, en la mayoría de los casos, cambios violentos.

Friday, May 27, 2011

El río une y la montaña divide

En la organización territorial de Colombia en Estados, que luego se convirtieron en Departamentos, no se tuvieron en cuenta los principios geopolíticos que dicen que el río une y la montaña divide y que cuando se construye una casa en la orilla de una corriente acuática aparece, inmediatamente, otra en la orilla opuesta. Según estos principios, los habitantes de una cuenca hidrográfica, que tienen la misma identidad racial y cultural, no deben encontrarse separados por líneas artificiales que dificulten el accionar politico y económico del área y que los límites naturales de una región deben ser las partes más altas de las cordilleras.

Del análisis de la historia de la humanidad podemos apreciar cómo las grandes civilizaciones han florecido en las cuencas de los grandes ríos y cómo se han desarrollado conflictos permanentes cuando los ríos han sido frontera limítrofe entre los Estados nacionales. En el primer caso, vemos cómo la cuenca del Nilo fue asiento de la civilización egipcia, cómo los valles de los ríos Tigris y Eúfrates y la Mesopotamia fueron el ámbito de civilizaciones muy importantes de la Antigüedad, cómo a lo largo de las cuencas de los ríos Yangtzé, Huang He y Xi Jiang se desarrolló la civilización china y cómo a orillas del Tíber se gestó la civilización Latina, para no mencionar sino algunas de las más relevantes. En el segundo caso, aunque Cayo Julio César tuvo el acierto de limitar el Imperio Romano para no hacer una conquista sin límite geográfico como la de Alejandro, cometió el error de hacer del río Rin la frontera nororiental del Imperio, decisión que fue origen de las continuas guerras entre la Francia latina, y la Alemania, sajona.

La cultura occidental, abanderada por España, penetró a nuestro territorio por el río Magdalena dando origen a la nación colombiana al iniciarse el proceso de mestización racial y cultural. Y aunque en longitud y caudal no es nuestra principal arteria fluvial una de las más importantes del Globo, ni siquiera de Suramérica, para Colombia es indudablemente el Río de la Patria por cuanto representa en relevancia a través de su historia.

En la configuración de los Estados o de los Departamentos en Colombia se le asignó a cada repartición político administrativa partes de montaña, de tierra plana y de ribera sobre el río Magdalena a los que estaban cerca de nuestra principal arteria fluvial, para que todos tuvieran diferentes espacios y gozaran de todos los climas y, por consiguiente, de variedad de productos naturales. En consecuencia, los habitantes de los municipios cercanos a esta corriente crearon en sus orillas asentamientos humanos que, con el correr del tiempo, fueron desarrollándose de acuerdo con el potencial económico de los estados o departamentos a que pertenecían. Esta modalidad de repartición fue en contra de los principios geopolíticos e impidió que las localidades de mayor empuje progresista, en una u otra orilla, vieran frustrada su expansión urbanística a lado y lado de la corriente. De hecho, el río Magdalena en lugar de ser un elemento integracionista fue un factor de división entre el oriente y el occidente colombianos.

Sin embargo, con base en los principios geopolíticos enunciados, a lo largo de la vía fluvial han crecido poblaciones enfrentadas que pugnan por integrarse mediante la construcción de puentes y túneles, aprovechando el inusitado avance de la tecnología. Son los casos de Girardot y Flandes, de Honda y Puerto Bogotá, de La Dorada y Puerto Salgar, y de otras poblaciones importantes que podrían extenderse al otro lado del río formando distritos especiales que harían del Magdalena un verdadero elemento integrador de la nacionalidad y emporio de grandes y bellas ciudades en el centro del país que ayudarían a la ampliación y consolidación del corazón nacional.

Es cierto que los departamentos en donde la ciudad ribereña es menos importante se opondrían a ceder la zona correspondiente a la opuesta, pero la tendencia se impondrá como se ha impuesto en otras partes del mundo en donde existe igual situación. Tal es el caso de la ciudad de Budapest que se formó por la unión de las poblaciones de Buda y de Pest, que crecieron originalmente opuestas a orillas del río Danubio, de la ciudad de Viena, también a lado y lado del Danubio, de Praga, sobre el río Moldava, y de otras ciudades del mundo que tienen la misma condición.

Seguramente, la tendencia de la humanidad de colocar los grandes ríos como límites de las entidades políticas se debió a la incapacidad de superar fácilmente las poderosas corrientes fluviales mediante la construcción de puentes sólidos que resistieran los embates de la naturaleza porque no existían, en ese entonces, la tecnología y los materiales apropiados para llevarlos a cabo y menos para construir túneles que comunicaran sus orillas. Hoy en día, como lo muestra la apertura del Canal de la Mancha, existe la técnica, más que necesaria, para construir túneles por debajo de cualquier río del mundo.

Como lo enuncié al principio, los límites naturales de una región son las crestas de la cordilleras porque estas demarcan el hábitat de las comunidades humanas contribuyendo, con el consiguiente aislamiento, a la endogamia, tan necesaria para su fortalecimiento. Sin embargo, aunque la nación colombiana se encuentra enfrentada a la regionalización porque la mayoría de sus habitantes cabalga sobre las cordilleras y faltan vías de comunicación terrestres, tiene en el Magdalena y en sus afluentes un elemento natural integrador en el interior.

Y en el exterior, como somos ribereños del Orinoco, del Arauca, del Amazonas, del Putumayo y de otros ríos limítrofes, el Estado colombiano debe fortalecer las ciudades que se encuentren en su riberas y apoyar decididamente las poblaciones y los asentamientos colonizadores que se encuentran en esas regiones para hacer presencia oficial en las hoyas hidrográficas antes de que las comunidades vecinas avancen sobre nuestro territorio aprovechando primero, y a su favor, el principio geopolítico de que el río une y la montaña divide.

Thursday, April 14, 2011

En pro de un gran país en ciernes

Se habla de la unidad de Hispanoamérica sin considerar que para una posible unificación se deben tener en cuenta factores de gran importancia geopolítica, como los geográficos y los raciales que están en contravía de la pretendida cohesión política. Aunque creemos que hay una sola raza mestiza en la región, muchas circunstancias comprueban que no existe unidad racial.

El tradicional sentimiento autonomista de las provincias españolas y de los núcleos indígenas, los paulatinos desembarcos de los conquistadores españoles a lo largo de las costas americanas en busca de dominio sobre los grupos nativos y sus asentamientos definitivos con el inevitable cruzamiento de sangre, las numerosas entidades administrativas en que España dividió a América para facilitar el manejo de la cosa pública y el afianzamiento de su dominio, y la carencia de vías de comunicación aumentada por la agreste topografía de los Andes en donde residían las más importantes civilizaciones indoamericanas, fueron la base de las nuevas patrias, cuyo ser nacional se fue gestando lentamente durante los trescientos años de vida colonial.

El modelo de colonización española no se prestó para la formación de grandes países al producirse la Independencia. A diferencia de las colonizaciones inglesa y brasileña que se realizaron en las grandes llanuras, del norte y amazónica, propicias para la formación de imperios, la española se desarrolló en la zona montañosa a lo largo de la Cordillera de los Andes, en donde los Conquistadores encontraron metales preciosos y asentamientos indígenas que servirían de mano de obra para la explotación de las minas y de las haciendas. Por eso, en Hispanoamérica, a pesar de haber existido en la época precolombina dos imperios indígenas, el Azteca y el Inca, los países de estas étnias no surgieron, a raíz de la Independencia, con arrestos de potencia mundial.

España, en un principio, dividió a América en dos grandes virreinatos: el de Méjico con capital en Méjico-Tenochtitlán, antigua capital del Imperio Azteca, y el de Perú con capital en Lima. Más tarde, en 1717, creó el Virreinato de Nueva Granada con capital Santa Fe, hoy Bogotá, y en 1776 el Virreinato del Río de la Plata con capital Buenos Aires. Es importante tener en cuenta que solamente Méjico y Colombia tuvieron, desde un principio, como capitales, las situadas en el centro cultural de las civilizaciones azteca y chibcha, circunstancia favorable en el mestizaje racial y cultural, base primordial de la nacionalidad.

La creación del Virreinato de Nueva Granada en 1717 fue uno de los aciertos más importantes de la política colonial de España en el Nuevo Mundo y revivirlo como nación independiente debe ser la meta geopolítica de la dirigencia colombiana pues la República de Colombia, mediante la unión de Venezuela y Nueva Granada en el Congreso Constituyente reunido en 1821 en la Villa del Rosario de Cúcuta, fue sólo una efímera restauración del primigenio virreinato español bajo el sistema republicano. Es conveniente aclarar que en esa ocasión no se mencionó a Ecuador por pertenecer a Nueva Granada. Pero Bolívar, con su idea de Unión, Liga y Confederación Americana, y engolosinado con Lima, dirigió desde allí su proyecto político subordinando la grandeza de Colombia a sus planes de integración continental de las antiguas colonias españolas. Por esto se puede considerar la constitución de esta primera República de Colombia más como una alianza militar para continuar la guerra contra España que como una unión geopolítica con visos de perdurabilidad.

Nuestro objetivo integracionista debe basarse en que la raza chibcha, elemento principal de nuestro mestizaje, habitaba los territorios que, teniendo como centro cultural las altiplanicies andinas conocidas hoy como la Sabana de Bogotá y los departamentos de Cundinamarca y Boyacá, se extendían por el norte hasta la frontera sur de Guatemala y por el oriente hasta las Guayanas inclusive y zona limítrofe de Venezuela con Brasil, teniendo siempre como eje de su expansión la Cordillera de los Andes, y por el sur hasta el río Huallaga. Esos serán los límites de la gran región macrochibchana que se compactará en una nación y en un sólo país de acuerdo con las leyes geopolíticas.

Infortunadamente, la Independencia se planteó como una autonomía de las provincias, de los cantones y de los pueblos más pequeños de sus respectivos gobiernos y no con un sentido de integración. Prueba de ello es la sagaz observación del general español Pablo Morillo al Ministro de Guerra peninsular cuando le comenta: “Observe Vuestra Excelencia que cuando Pamplona dio el primer grito de revolución que resonó en todo el Virreinato, Girón se declaró del partido contrario, pero Piedecuesta su subalterna y su rival, se unió a Pamplona y con las armas dominó a Girón pero no las opiniones de sus habitantes. Socorro se declaró como Pamplona, Vélez se le opone y así estas desuniones de los partidos de una misma provincia ayudaron a que el todo, de provincia a provincia, tampoco se uniera”.

Uno de los más graves inconvenientes en la unidad de los países hispanoamericanos es el culto nacionalista a los próceres de la Independencia y de los conflictos bélicos que han tenido lugar en nuestra vida republicana. En nuestro caso sólo hemos tenido un pequeño conflicto bélico con Ecuador, poco mencionado, que terminó con el triunfo del Presidente de Colombia, gran general Tomás Cipriano de Mosquera, sobre el general Juan José Flores en la batalla de Cuaspud, en diciembre de1863. La paz se selló sin que hubiera habido retaliaciones o exigencias en ningún sentido de parte del vencedor.

Pasada la confrontación bélica de nuestra separación de la Corona española, las clases dirigentes buscaron defender a ultranza sus feudos y uno de los elementos de los que se valieron fue la desmesurada exaltación de los próceres de la Independencia ‘maquillándolos hasta casi deificarlos’ y constituyéndolos en intocables símbolos de nuestras nacionalidades, olvidando que, como seres humanos, tuvieron grandes aciertos pero también grandes errores, cuyo balance les es favorable en el tribunal de la historia.

El 11 de octubre de 1966, en una conferencia del afamado historiador británico Arnold Toynbee, dentro del marco del IV Congreso Internacional de Historia de América reunido en Buenos Aires, a una pregunta de uno de los asistentes sobre las medidas que debían tomarse para lograr la unidad de Hispanoamérica contestó tajantemente: ‘arrojar todas las estatuas de los próceres al mar’. Creo que esta categórica respuesta del notable pensador tuvo por objeto dejar en el ánimo de los historiadores de América allí congregados la necesidad de bajarle el tono a la exaltación de los prohombres para alcanzar si no la unidad política deseada al menos la fraternidad de los pueblos que los toman como bandera patriótica colocándolos como seres sobrenaturales, incapaces de haber cometido errores en su vidas, privada y pública.

Creo que las naciones que conformaron la República de Colombia deben, con sentido integracionista y de verdadera amistad, hacer un revisionismo histórico de la Independencia y de la época en que fuimos un sólo país para que un período tan glorioso, en que Colombia era tenida en cuenta en el concierto mundial, no se convierta en motivo de recriminaciones que ahonden nuestra precaria hermandad y hagan nugatorio todo esfuerzo por la tan deseada unidad grancolombiana.

La Corona española, con gran sabiduría y visión geopolítica, dividió durante la Colonia sus terrritorios americanos en cuatro virreinatos que al independizarse de España han debido ser los grandes países hispanoamericanos. Ya el ministro de Carlos III, Pedro Pablo Abarca de Bolea, Conde de Aranda, había intuido esa organización cuando propuso a su rey el nombramiento de Infantes españoles, como reyes, en cada uno de los virreinatos existentes y su declaratoria como Emperador. Posiblemente, con esta medida, la Independencia no hubiera sido tan traumática y hubiera ocurrido, como en Brasil, sin tanto costo en vidas humanas y en recursos económicos y sin el resentimiento con su antigua metrópoli que aún subsiste en el alma hispanoamericana.

Monday, February 28, 2011

Prioridades geopolíticas colombianas

Ultimamente, entidades oficiales y particulares han hecho pronósticos optimistas sobre el avance de nuestro país a mediados del presente siglo, basados principalmente en la economía. Todos los colombianos queremos que así sea porque este factor es indispensable para apalancar el crecimiento nacional en todos los órdenes pero es en el desarrollo humano en que debe basarse nuestro progreso porque es preferible ser un país pequeño, integrado racialmente y altamente educado a ser un país rico pero con grandes lacras en el aspecto humano ya que existen en el mundo países que no se cuentan dentro de las primeras economías mundiales pero sí dentro de los países más desarrollados, cuyos habitantes gozan de altos índices de prosperidad y, por consiguiente, de felicidad que es la meta de toda sociedad. Nada sacamos los colombianos con tener índices económicos sumamente notorios si la integración racial y los avances culturales van muy a la zaga.

Colombia, en el aspecto geopolítico, tiene muchas metas por alcanzar en los campos humano y material. En el primero, los ya enunciados porque sin integración racial continuará existiendo una nación desvertebrada proclive a los odios raciales y a los enfrentamientos que traen consigo y, sin educación universal de alto nivel, seremos siempre una sociedad atrasada sometida al dominio de las potencias y sin capacidad de autodeterminación.

En realidad, en lo referente al factor racial es mucho lo que hemos avanzado en cuanto a la integración de la raza negra desde mediados del siglo XIX cuando se proclamó legalmente, en Colombia, la supresión de la esclavitud porque nuestra tendencia geopolítica en este sentido es muy fuerte en movilidad horizontal, no así, en movilidad vertical. Ya que es imposible tomar medidas en este sentido pues la integración racial depende de la voluntad humana, es importante que el Estado, además de preocuparse por el progreso de este sector de la población en todos los órdenes, integre a estos compatriotas al servicio oficial como el sector privado, lo que está haciendo cada día en mayor proporción.

El factor educativo es definitivo y así nos lo demuestra la ejecución de dos políticas llevadas a cabo por Estados Unidos de América después de la Segunda Guerra Mundial para prevenir el avance comunista en el Viejo y en el Nuevo continentes por la aparición de la Rusia soviética como potencia después de la devastadora conflagración y por la Revolución Cubana: el Plan Marshall en Europa y la Alianza para el Progreso en América Latina. Ambas tenían como base un acelerado desarrollo, principalmente en obras materiales, pero poco en avance humano, aunque los planes así lo enunciaran, porque el donante quería resultados positivos a corto plazo ya que el proceso cultural es lento y requiere continuados esfuerzos familiares y estatales.

Mientras la reconstrucción de Europa tuvo total éxito porque, a pesar del grave e irreparable desangre en la guerra, contaba aún con una población altamente preparada que sólo necesitaba el dinero suficiente para la reconstrucción de la infraestructura física, la Alianza para el Progreso fue un rotundo fracaso porque los países de América Latina necesitaban, antetodo, recursos continuados para el paulatino desarrollo de su población, sobre todo, en educación, en alimentación, en salud y en vivienda digna y el donante estaba afanado por mostrar resultados. Recuerdo sí que hubo voces colombianas que se opusieron al planteamiento operativo de la Alianza para el Progreso y clamaron por un énfasis en la educación. De los ochocientos treinta y tres millones de dólares que Colombia recibió de Estados Unidos de América quedó en Bogotá, afortunadamente, el inicio del hoy populoso Barrio Kennedy denominado así por sus agradecidos habitantes a la muerte del estadista estadounidense.

La necesidad de alcanzar estas metas geopolíticas en educación es reconocida por la nación y por su clase dirigente que están conscientes de su necesidad y que han sido ampliamente divulgadas por los medios de difusión masiva pero que no han tenido la erogación presupuestal suficiente y los esfuerzos convenientes para alcanzar el nivel ambicionado. Prueba del interés del pueblo colombiano por la educación es su aprobación del plebiscito propuesto por sus conductores políticos y votado el 1 de diciembre de 1957 en que, en su numeral 5, ordenaba que desde el 1 de enero de 1958 todos los gobiernos deberían invertir el 10% del presupuesto nacional en la educación pública. Este pronunciamiento de la nación colombiana es la demostración de su preocupación por la preparación intelectual de las generaciones venideras en donde reside el verdadero progreso de Colombia. ¿Han cumplido los sucesivos gobiernos con esta voluntad del constituyente primario de darle primacía a la educación?

Si la nación colombiana no da pasos decisivos en estas áreas, el enriquecimiento de determinados sectores de la sociedad será, al contrario de lo que se espera, origen de graves problemas sociales en los tiempos que corren y factor de disolución de Colombia en el futuro.

Sunday, January 16, 2011

Enseñanzas de un escándalo

Reciéntemente ha sacudido al mundo la noticia de la filtración y divulgación de más de doscientos cincuenta mil documentos encriptados de la Secretaría de Estado de los Estados Unidos de América que han sido aprovechados de diferente manera por los interesados. El escándalo que se ha suscitado es mayúsculo porque los acontecimientos a que se refieren están todavía en la memoria colectiva y tienen repercusión en la opinión pública según la importancia de los países y de los personajes mencionados en ellos. Pero fuera de lo admirable del avance de la tecnología puesta en manos de verdaderos genios de la informática que han logrado burlar toda la seguridad con que se guardaban, el hecho en sí es una campanada de alerta para las potencias en la guerra cibernética que se avecina y un motivo de reflexión para los países débiles en el manejo de sus relaciones internacionales pues en ello está implícita la Seguridad Nacional.

Salta a la vista la importancia de la unidad nacional que es el resultado de la justicia social, para evitar la injerencia de las potencias en nuestros asuntos internos.

Hace años, leí una anécdota de un par de niños que se liaban a puñetazos despues de discutir a quien de los dos pertenecía una ostra que uno de ellos había recogido de la playa.

¡Yo la vi primero! decía uno de los pendencieros.

¡Pero, yo la recogí de la playa! decía el otro.

Un grandullón que los estaba observando aprovechó la circunstancia para intervenir en su beneficio. Los separó con fuerza, tomó la ostra en sus manos, la dividió, dio una concha a cada uno de los muchachos y luego, en tono salomónico, les dijo: le he dado a cada uno una concha para que no peleen y en pago de mis servicios como juez yo me quedo con la parte de adentro. Seguramente, con la intención de apropiarse de la perla que podría contener el molusco.

Esta anéctota debe servir de ejemplo a los países que no tienen unidad nacional y son víctimas de los estados poderosos que se aprovechan de la debilidad que viene como consecuencia de sus disensiones intestinas para intervenir provechosamente en sus diferencias. Aún más, y esto es grave, que individuos, grupos o facciones de una nación soliciten la intervención de factores externos en sus diferencias domésticas.

Las ideologías políticas no son buenas ni malas en sí mismas. Tienen vigencia permanente y son aplicables, en ciertos momentos de la historia, de acuerdo con las características, con las circunstancias y con las necesidades de los pueblos y de los Estados. Por lo general, surgen, en el campo internacional, como un necesario contrapeso al sistema político de un estado rival o para alinearse en un grupo de países de acuerdo con sus intereses geopolíticos. Las comunidades humanas se han mantenido en controversia permanente durante toda su existencia. Hacer de la controversia pacífica, en el orden interno o externo, una preocupación creadora de ideas rentables es muy importante para el progreso de las naciones.

Desde que el mundo es mundo, ha existido el espionaje y este tiene ahora el pomposo nombre de Servicio de Inteligencia, clasificándose sus agentes en encubiertos y en reconocidos. En estos últimos se cuenta el servicio diplomático que además de cumplir otras funciones tiene la de informar a su Gobierno lo que sucede en el país en donde se encuentra acreditado. Esto no es un misterio ni motivo de alarma porque en el campo individual y en el del Estado se cumple el axioma de que hombre avisado vale por dos.

Lo importante en un espía es su anonimato, es decir que no se deje identificar porque pierde su calidad y después nadie responde por sus actuaciones anteriores. En el caso del espía reconocido corresponde al Estado en donde se encuentra acreditado negarle la información, al menos que haya un intercambio convenido. Esto se llama Contrainteligencia.

El concepto de que los Estados no tienen amigos, tienen intereses es de impresionante vigencia. Es una triste conclusión, originada en la corta trayectoria vital de los dirigentes nacionales de todos los países y en los cambios impredecibles de los sistemas políticos en la dirección de los Estados que modifican la orientación de los gobiernos haciéndolos muchas veces antagónicos. Bajo estas consideraciones es importante tener en cuenta que los hombres somos sólo ínfimos eslabones en la cadena de la vida de la especie humana y que por lo tanto todos los sistemas políticos son susceptibles de cambio por este motivo. Sólo la nación es permanente. Y sin darle más importancia de la que merecen las revelaciones de WikiLeaks, aprovechémoslas para sacar enseñanzas y para reflexionar sobre nuestra posición en el mundo como nación y sobre nuestro futuro pero, especialmente, sobre la gravedad para la Seguridad Nacional de la presencia no autorizada de funcionarios públicos como informantes en embajadas acreditadas ante nuestro Gobierno.