Thursday, April 14, 2011

En pro de un gran país en ciernes

Se habla de la unidad de Hispanoamérica sin considerar que para una posible unificación se deben tener en cuenta factores de gran importancia geopolítica, como los geográficos y los raciales que están en contravía de la pretendida cohesión política. Aunque creemos que hay una sola raza mestiza en la región, muchas circunstancias comprueban que no existe unidad racial.

El tradicional sentimiento autonomista de las provincias españolas y de los núcleos indígenas, los paulatinos desembarcos de los conquistadores españoles a lo largo de las costas americanas en busca de dominio sobre los grupos nativos y sus asentamientos definitivos con el inevitable cruzamiento de sangre, las numerosas entidades administrativas en que España dividió a América para facilitar el manejo de la cosa pública y el afianzamiento de su dominio, y la carencia de vías de comunicación aumentada por la agreste topografía de los Andes en donde residían las más importantes civilizaciones indoamericanas, fueron la base de las nuevas patrias, cuyo ser nacional se fue gestando lentamente durante los trescientos años de vida colonial.

El modelo de colonización española no se prestó para la formación de grandes países al producirse la Independencia. A diferencia de las colonizaciones inglesa y brasileña que se realizaron en las grandes llanuras, del norte y amazónica, propicias para la formación de imperios, la española se desarrolló en la zona montañosa a lo largo de la Cordillera de los Andes, en donde los Conquistadores encontraron metales preciosos y asentamientos indígenas que servirían de mano de obra para la explotación de las minas y de las haciendas. Por eso, en Hispanoamérica, a pesar de haber existido en la época precolombina dos imperios indígenas, el Azteca y el Inca, los países de estas étnias no surgieron, a raíz de la Independencia, con arrestos de potencia mundial.

España, en un principio, dividió a América en dos grandes virreinatos: el de Méjico con capital en Méjico-Tenochtitlán, antigua capital del Imperio Azteca, y el de Perú con capital en Lima. Más tarde, en 1717, creó el Virreinato de Nueva Granada con capital Santa Fe, hoy Bogotá, y en 1776 el Virreinato del Río de la Plata con capital Buenos Aires. Es importante tener en cuenta que solamente Méjico y Colombia tuvieron, desde un principio, como capitales, las situadas en el centro cultural de las civilizaciones azteca y chibcha, circunstancia favorable en el mestizaje racial y cultural, base primordial de la nacionalidad.

La creación del Virreinato de Nueva Granada en 1717 fue uno de los aciertos más importantes de la política colonial de España en el Nuevo Mundo y revivirlo como nación independiente debe ser la meta geopolítica de la dirigencia colombiana pues la República de Colombia, mediante la unión de Venezuela y Nueva Granada en el Congreso Constituyente reunido en 1821 en la Villa del Rosario de Cúcuta, fue sólo una efímera restauración del primigenio virreinato español bajo el sistema republicano. Es conveniente aclarar que en esa ocasión no se mencionó a Ecuador por pertenecer a Nueva Granada. Pero Bolívar, con su idea de Unión, Liga y Confederación Americana, y engolosinado con Lima, dirigió desde allí su proyecto político subordinando la grandeza de Colombia a sus planes de integración continental de las antiguas colonias españolas. Por esto se puede considerar la constitución de esta primera República de Colombia más como una alianza militar para continuar la guerra contra España que como una unión geopolítica con visos de perdurabilidad.

Nuestro objetivo integracionista debe basarse en que la raza chibcha, elemento principal de nuestro mestizaje, habitaba los territorios que, teniendo como centro cultural las altiplanicies andinas conocidas hoy como la Sabana de Bogotá y los departamentos de Cundinamarca y Boyacá, se extendían por el norte hasta la frontera sur de Guatemala y por el oriente hasta las Guayanas inclusive y zona limítrofe de Venezuela con Brasil, teniendo siempre como eje de su expansión la Cordillera de los Andes, y por el sur hasta el río Huallaga. Esos serán los límites de la gran región macrochibchana que se compactará en una nación y en un sólo país de acuerdo con las leyes geopolíticas.

Infortunadamente, la Independencia se planteó como una autonomía de las provincias, de los cantones y de los pueblos más pequeños de sus respectivos gobiernos y no con un sentido de integración. Prueba de ello es la sagaz observación del general español Pablo Morillo al Ministro de Guerra peninsular cuando le comenta: “Observe Vuestra Excelencia que cuando Pamplona dio el primer grito de revolución que resonó en todo el Virreinato, Girón se declaró del partido contrario, pero Piedecuesta su subalterna y su rival, se unió a Pamplona y con las armas dominó a Girón pero no las opiniones de sus habitantes. Socorro se declaró como Pamplona, Vélez se le opone y así estas desuniones de los partidos de una misma provincia ayudaron a que el todo, de provincia a provincia, tampoco se uniera”.

Uno de los más graves inconvenientes en la unidad de los países hispanoamericanos es el culto nacionalista a los próceres de la Independencia y de los conflictos bélicos que han tenido lugar en nuestra vida republicana. En nuestro caso sólo hemos tenido un pequeño conflicto bélico con Ecuador, poco mencionado, que terminó con el triunfo del Presidente de Colombia, gran general Tomás Cipriano de Mosquera, sobre el general Juan José Flores en la batalla de Cuaspud, en diciembre de1863. La paz se selló sin que hubiera habido retaliaciones o exigencias en ningún sentido de parte del vencedor.

Pasada la confrontación bélica de nuestra separación de la Corona española, las clases dirigentes buscaron defender a ultranza sus feudos y uno de los elementos de los que se valieron fue la desmesurada exaltación de los próceres de la Independencia ‘maquillándolos hasta casi deificarlos’ y constituyéndolos en intocables símbolos de nuestras nacionalidades, olvidando que, como seres humanos, tuvieron grandes aciertos pero también grandes errores, cuyo balance les es favorable en el tribunal de la historia.

El 11 de octubre de 1966, en una conferencia del afamado historiador británico Arnold Toynbee, dentro del marco del IV Congreso Internacional de Historia de América reunido en Buenos Aires, a una pregunta de uno de los asistentes sobre las medidas que debían tomarse para lograr la unidad de Hispanoamérica contestó tajantemente: ‘arrojar todas las estatuas de los próceres al mar’. Creo que esta categórica respuesta del notable pensador tuvo por objeto dejar en el ánimo de los historiadores de América allí congregados la necesidad de bajarle el tono a la exaltación de los prohombres para alcanzar si no la unidad política deseada al menos la fraternidad de los pueblos que los toman como bandera patriótica colocándolos como seres sobrenaturales, incapaces de haber cometido errores en su vidas, privada y pública.

Creo que las naciones que conformaron la República de Colombia deben, con sentido integracionista y de verdadera amistad, hacer un revisionismo histórico de la Independencia y de la época en que fuimos un sólo país para que un período tan glorioso, en que Colombia era tenida en cuenta en el concierto mundial, no se convierta en motivo de recriminaciones que ahonden nuestra precaria hermandad y hagan nugatorio todo esfuerzo por la tan deseada unidad grancolombiana.

La Corona española, con gran sabiduría y visión geopolítica, dividió durante la Colonia sus terrritorios americanos en cuatro virreinatos que al independizarse de España han debido ser los grandes países hispanoamericanos. Ya el ministro de Carlos III, Pedro Pablo Abarca de Bolea, Conde de Aranda, había intuido esa organización cuando propuso a su rey el nombramiento de Infantes españoles, como reyes, en cada uno de los virreinatos existentes y su declaratoria como Emperador. Posiblemente, con esta medida, la Independencia no hubiera sido tan traumática y hubiera ocurrido, como en Brasil, sin tanto costo en vidas humanas y en recursos económicos y sin el resentimiento con su antigua metrópoli que aún subsiste en el alma hispanoamericana.

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